Aceptar o desafiar: una cuestion de fe
Justo en este instante me encuentro en un momento difícil. Quizás el más difícil de toda mi vida. Mi hija, aun sin nacer, ha recibido los pronósticos más devastadores que pueda imaginar, al punto de amenazar su vida con la muerte. Ni siquiera me encuentro preparado para mencionar de forma específica esos pronósticos.
Tengo amigos y familiares que no son todos cristianos. Durante este proceso, todos han sido de gran apoyo, cada uno a su manera, pero he encontrado una diferencia importantísima en el tipo de apoyo que unos y otros me han brindado. Los que no son cristianos, por lo general me han dado palabras de aliento, me han ayudado a pensar en planes de contingencia, me han motivado a buscar segundas opiniones médicas, a no sobrepensar en los futuros que todavía no son presentes, pero a tener cierta medida de preparación para ellos. Los que sí son cristianos, por lo general me han ayudado a mantener una mente positiva a través de la confianza en Dios, en su voluntad; me han ayudado en oración a pedir por la salud de mi hija, y sin importar si han tenido situaciones similares con un hijo o no, siempre me han retado a no aceptar esos pronósticos negativos, descartando inmediatamente el concepto de lo que los médicos consideran “lo más probable”.
Tienen que entender una cosa, y es que yo soy ingeniero. Por definición, entiendo muy bien cuando los profesionales hablan de probabilidades y yo mismo tomo decisiones profesionales basadas en ellas, como cada vez que hablo de diseño estructural basado en la metodología LRFD. En otras palabras, mi yo profesional se siente tentado a darle la razón a los médicos.
Toda esta situación me llevo a pensar en la historia bíblica de Ananías, Misael y Azarías. Ellos, junto con Daniel, pertenecían al linaje real y tenia conocimiento, al punto de haber clasificado dentro de aquellos que eran “ensenados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento” (Daniel 1:3-6). Pero realmente lo que mas me cautiva de su historia es que cuando los tres enfrentaron la prueba en la que el rey Nabucodonosor lo echo en el horno de fuego, tuvieron la oportunidad de librarse de su “pronostico” si adoraban a otro dios, a lo que respondieron:
Su Majestad, eso no es algo que nos preocupe. Si el Dios que adoramos así lo quiere, es capaz de librarnos del fuego y del poder de Su Majestad. Pero aun si no quisiera hacerlo, nosotros no pensamos adorar esa estatua de oro.
Ellos estaban dispuestos a desafiar lo que recibieron porque tenían fe de que Dios podía librarlos. Pero al mismo tiempo contemplaban la posibilidad de que Dios en medio de su soberanía, podía decidir no librarlos, y aun así ellos no iban a ceder. Y durante mucho tiempo he pensado que, si Dios no sana a mi hija, entonces no tengo fe. Ahora veo lo mal que he estado todo este tiempo y entiendo las manifestaciones visibles de lo que es una persona con fe. Porque cuando tengo fe, desafío los malos pronósticos que tengo, y no los acepto. Y actúo conforme a esa fe, con la tranquilidad que les permitió a ellos mismos responder al pronóstico “eso no es algo que nos preocupe”. La palabra no dice que ellos se hubieran puesto a convencer al rey de que lo que estaba haciendo estaba mal, y que debía permitir que tuvieran libertad de culto, o que ellos podían hacer una leve reverencia al momento de que la música sonara, con el fin de cumplir a medias el decreto. Inclusive, su respuesta fue desafiante, irreverente e ilegal (pues no estaban por encima del rey como para contradecir su propia orden). Esa misma fe no solamente desafiaba al rey sino a Dios mismo, pues ahora Dios tendría que mostrar su poder si quería respaldar las palabras de sus hijos. Y asimismo quiero hacer yo, quiero poder desafiar toda palabra contraria al bienestar de mi hija, sabiendo que Dios tiene todo el poder para hacerlo.
Pero ¿y si Dios no los hubiera salvado? ¿y si Dios no salva a mi hija del pronóstico? En ese caso, Dios no deja de ser Dios, ni yo de ser su hijo, y entonces el propósito de Dios se vera reflejado por otra parte. Ananías, Misael y Azarías tenían la convicción de que si ese hubiese sido su ultimo momento en la tierra, tendrían mayor ganancia en el cielo. Yo definitivamente no sé cuál es el propósito de Dios, pero si le he declarado mi compromiso inagotable de conducir a mi hija por el camino de la fe, de dar testimonio de su poder a dondequiera que vaya, no solo con esto, sino con todo lo demás que ha hecho y seguirá haciendo en mi vida. Así que hoy, en este mismo instante, estoy tranquilo, actuando como quien ya ha recibido el milagro, declarándolo, organizando el cuarto de mi hija, pensando en como ensenarle estas lecciones, e imaginando los momentos en los que ella misma podrá transmitirlas a otros.
Más allá de las incertidumbres que el futuro pueda traer, hay algo de lo que todos podemos estar seguros: ustedes le están brindando a esta niña la mejor vida que podría desear.
Sé que el amor que los tres comparten encontrará la manera de atravesar las dificultades más grandes. Mi corazón está en paz al saber que, a pesar de las complicaciones, esta niña está en sus manos.
Vemos tu determinación como padre con admiración. Yo lo veo. Sé que les esperan días de brillo y calma.